martes, 15 de marzo de 2011

Ellos

Tengo que terminarme el RedBull. Estoy de exámenes y es lo único que me despeja. Bueno, en realidad es un Burn. Pero eso no viene al caso.
Mientras me lo tomaba, he pensado en que, como no es bueno beber demasiado seguido, y necesito una preparación previa para meterme de lleno con Historia y Lengua, podría escribir un poco antes.
Me considero increíblemente afortunada con la clase que me ha tocado. Han hecho de estos dos años una etapa especial de mi vida, en la que he compartido momentos, experiencias, conocimiento y aprendizaje. En la que he ganado amistades y también madurez, aunque a veces no lo parezca. Ellos, cada uno, con su carácter, sus manías, sus defectos y sus virtudes, han contribuido en mi formación personal. Todos escogimos la modalidad científico-social del bachiller y todos contribuimos en formar en nuestra clase una "piña" en la que todos nos llevábamos bien y compartíamos vivencias.
Y es que les voy a echar mucho de menos. A todos, sin excepción.
Somos veintidós: tres chicas bastante independientes con respecto al grupo de la clase, pero que no por ello dejan de formar -en el sentido estricto de la palabra- parte de éste. Un chico cuando menos peculiar, parte y -más bien- objeto de nuestras incesantes bromas en clase, que afirma no saber nunca nada (aunque le preguntes cómo se llama) y que establece entre nosotros un medio firme de unión, pues, a pesar de todas las risas, formará parte siempre de nuestra etapa de bachiller. Con sus tontería empezó el grupo a consolidarse, y creo que jamás hubo maldad alguna por parte de nadie. Una chica morena, de voz dulce e igual carácter, que nunca se enfada y cuando se enfada no lo parece. Otra de grandes ojos y carácter tranquilo, voz fina y expresiones características, a la que también resultaba difícil enfadar y que siempre he considerado demasiado buena. Un muchacho del que nunca logramos comprender cuál es su truco para adoptar las posiciones que adopta cuando se sienta, pues cualquiera en su lugar estaría incómodo menos él. Una chica morena de pelo y de tez, que significa uno de esos pilares que hacen que la clase sea lo que es con sus comentarios, risas y naturalidad. Otra chica igualmente morena, que no hay clase en la que no use cosméticos, sintiendo preferencia por los pintauñas, que comparte con su compañera de clase, morena también y conductora oficial. Y luego está él: un muchacho que siempre tuve y tendré la certeza de que puede hacer todo lo que se proponga, porque todo lo puede conseguir. Inteligente y constante, es admirado por todos. O al menos por mí, que nunca llegaré a entender cómo se puede llegar a ser tan sumamente extraordinario siendo tan sencillamente normal. También formaba parte del grupo él, que se teñía el pelo de rubio con mechas, y que hace de las clases un cúmulo de constantes sorpresas en el que nunca esperas qué va a pasar a continuación; aunque sinceramente en clase está más bien poco, su horario se limita a dos días -como máximo- a la semana. Otro chico de ojos azules, que no se molesta ante nuestros comentarios de la predilección de la profesora de matemáticas sobre él y que parece tomarse todo siempre a bien. Él insiste, afirmándolo a su manera, en que las cosas importantes son por las únicas por las que vale la pena luchar. Si no, apelando a lo que parece su frase favorita, zanja el asunto con un "ni te ralles". Un muchacho al que en menos de un año he cogido mucho cariño, con gran bondad y sentido del humor, igualmente aplicado y trabajador. Una niña rubia de redondos ojos azules, a la que tomamos cariño por su especial forma de ser. La frase que mejor podía definirla era la que ella usa para casi cualquier ocasión: "qué mona". Además, otras tres chicas educadas, aunque la de ojos azules solía ser bastante descarada (en el buen sentido de la palabra), rasgo que constituía también parte de nuestra clase. Atendiendo a la diversidad, contábamos también con la presencia de una filipina de gran corazón y que a nadie caía mal. Junto a ella, una catalana que, a pesar de llevar poco tiempo en el colegio, formó amistades en seguida y supo ganarse a sus compañeros. Y el chico de Tenerife, un muchacho extrovertido que siempre tenía algo que decir. Y luego estaba yo.

En cuanto al profesorado, forma parte del encanto del bachiller. Pero como decía Michael Ende en la Historia Interminable, "eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión". Ya escribiré sobre ellos.

Les quiero. Y les voy a echar de menos. Mucho.

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