jueves, 24 de marzo de 2011

Contrastes

A menudo me pregunto porqué cada persona es como es. A menudo afirmo que se trata del núcleo familiar, de las amistades que se han ido forjando a lo largo de la vida; en definitiva -y en unos casos más que en otros- del entorno en el que una persona se ha ido formando.
Resulta curioso pues, que algunas personas de familias acomodadas y buena educación, estudiantes en colegio de pago y de padres de hermosas sonrisas y joyas -ambas heredadas por sus hijos- puedan resultar tan sumamente desagradables. Esa educación en la que hacen hincapié desde que tienes uso de razón. Recuerdo que siempre que me daban algún caramelo cuando era pequeña, mi madre reproducía la misma frase: "¿Qué se dice?". Y yo, avergonzada y tímida, pero educada, daba las gracias al amable caballero o a la agradable señorita. Y todavía sonrío al ver por la calle este tipo de situaciones. Florece en mí una especie de añoranza y orgullo por la educación que he recibido. No hay día que no salude con un buenos días a mis compañeros, al entrar en clase y dejar la mochila. No hay día que no salude a los vecinos en caso de verlos. No hay día que, al pasar el bonobús en el transporte público, salude al conductor con un "hola" y una sonrisa. Saludo que, por cierto, ellos parecen agradecer. Y es que me sorprende y a la vez me entristece ver que son pocas las personas que dirigen el saludo a quien quiera que conduzca el vehículo. Se limitan a pasar el bonobús y esperar a que suene el pitido, tomar asiento y mirar al frente. No hay buenos días, no hay buenas tardes ni hay sonrisas. No hay variaciones en la expresión de la cara, sólo resignación.
Llegando a este punto, me formulo la anterior pregunta y añado otra más: ¿tiene esto algo que ver con la ciudad en la que te has educado? Dicen que los andaluces son salaos, que los catalanes son tacaños. Y cierto es que generalizar conlleva equivocaciones, saltos cuantitativos y/o cualitativos, atribución de rasgos a personas que seguramente carezcan de ellos; porque cada persona es un mundo y un caso aparte.
Pero yo sí que creo que influya. En esta ciudad los gestos son más serios, la gente camina por la calle de forma casi autómata, nadie saluda por la calle y pocos ofrecen ayuda cuando una situación lo requiere. Recuerdo mi sorpresa cuando volví a viajar a Madrid tras un tiempo bastante amplio y allí saludaban todos, te daban tema de conversación, ayudaban cuando veían que alguien necesitaba la ayuda, ofrecían su asiento a ancianos o a embarazadas, entregaban sonrisas en los comercios y te daban las gracias por tu compra, y aparte de las gracias y tu producto solías llevarte una charla con el dependiente. De regalo. No digo que aquí no se haga ni que allí se haga siempre: educados y maleducados hay en todos sitios, y la personalidad de cada uno puede ser más o menos expresiva, por decirlo de algún modo. Pero si que es cierto, a mi forma de ver -que al fin y al cabo puede ser equivocada- que existe una diferencia entre las diferentes ciudades, en la forma de ser y de actuar de los ciudadanos.
Afirmo por tanto la existencia de unos contrastes que hacen que, según la personalidad de cada uno, sientas tendencia a vivir en unos lugares u otros.
Afirmo también que me siento orgullosa de haber nacido en donde he nacido, de ofrecer sonrisas y de que me las ofrezcan; de tender una mano a quien lo necesite, y de que me la tiendan a mí; de mantener una charla; de saludar, y de despedirme, todos los días; de sentirme una entre todos, diferente pero apoyada; sabiendo que entre toda esa oleada de gente te sientes bien, te sientes tú misma.
Y sí. Os doy la razón. No tenemos playa.

Pero es lo único que no tenemos.

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